¡¡No existe!!, ¡¡Es fruto de la imaginación de los saharauis!!... O al menos eso afirmarían los gobiernos marroquí, el francés, o el "imparcial" norteamericano. Del mismo modo, tampoco son reales las persecuciones, ni la represión, ni las desapariciones, ni la tortura del pueblo saharaui en los territorios ocupados. No existen, pero ahí están, al menos para aquellos que día a día las sufren. Un muro de 2500 Km., protegido por 160.000 soldados armados y vigilado por decenas de radares de largo y medio alcance, apoyado por una aviación militar de entre las más potentes de África, miles de carros blindados, misiles, cohetes, artillería pesada y bombas de racimo, franqueado todo ello por minas asesinas, en muchos casos de fabricación española.
El muro de Berlín existió mientras interesó, luego calló. Quienes lo construyeron más tarde se convirtieron en abanderados de las libertades y derribaron los gruesos ladrillos que tantas muertes habían provocado. El otro muro de la vergüenza… ¡Qué curioso!, ¡Vuelven a aparecer en escena los mismos arquitectos del dolor!, parecen no estar dispuestos a dejar de sembrar muerte. ¿Qué son unas vidas, unos cientos de miles de saharauis lejos de sus tierras…? Las alianzas políticas, los recursos naturales, el poder económico o el control geoestratégico son más importantes.
Así pues, el muro sigue ahí, eterno, inmenso, poderoso… mientras, el mundo, mira hacia otro lado.
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